Por
María del Mar Villafranca Jiménez
Directora
del Patronato de la Alhambra y el Generalife
La
historia de la Alhambra ha sido también la historia de su conservación. Los
sultanes nazaríes la construyeron y adornaron constantemente durante más de
doscientos cincuenta años. A partir de 1492 los Reyes Católicos dictaron, sólo
cuatro días más tarde de tomar posesión de la ciudadela, las primeras
disposiciones para su restauración, hoy conservadas en el Archivo de Simancas,
donde descubrimos el trabajo de los alarifes moriscos y su contribución a la
pervivencia de la tradición artesanal nazarí. Sin duda fueron razones políticas
las que motivaron estos trabajos, el simbolismo del trofeo de guerra es explícito,
pero también se advierte un deseo intencionalmente estético en su mantenimiento
expresado por el propio rey intencionadamente estético en su mantenimiento
expresado por el propio rey Fernando al comparar la excelencia de la Alhambra
respecto al Alcazar sevillano al que califica como “cuadra pajiza”. Dicha
voluntad real continuó con la Reina Juana, quien a pesar de la conocida apelación,
demostró estar muy cuerda al vincular el impuesto con el que se gravaba a la
población morisca con la conservación y mantenimiento de los palacios nazaríes
de manera que fueran ejemplo de “perpetua memoria”. Su hijo Carlos V también
contribuyó a su conservación aunque fuera da costa de transformarla incorporando
un palacio renacentista excepcional a la historia de la Arquitectura universal.
Como Casa Real periférica de la Monarquía española recibió cuidados y
atenciones fielmente administrados por la Casa de Tendilla-Mondejar, alcaides
de la Alhambra y Capitanes Generales del Reino de Granada, hasta la
defenestración de la misma a finales del siglo XVII. El Rey Felipe V también
hizo sus aportaciones y Carlos III promovió la obra de los académicos de San
Fernando Antigüedades árabes de España, el primer intento de aproximación científica
al monumento. Tras la ocupación napoleónica y su adaptación militar al ejército
francés en su retirada dispuso su destrucción que, como sabemos, no llegaría a
producirse en su totalidad por la acción heroica de un cabo del cuerpo de inválidos.
Así, prácticamente abandonada y desagregada desde el punto de vista
territorial, la conocieron los viajeros románticos quienes con sus relatos y
representaciones gráficas contribuyeron a la difusión internacional del
Conjunto Monumental destacando entre ellos el escritor norteamericano
Washington Irvign. También fueron estos viajeros y escritores, desde su visión
contemporánea, los que pondrían el acento en la necesidad de conservar este
excepcional legado incorporando la dimensión Patrimonial a sus tradicionales valores
históricos y estéticos.
Es
por esta razón por la que puede considerarse a la historia contemporánea de la
Alhambra como la historia de su conservación. A través de ella podemos estudiar
y analizar las tendencias y evolución del pensamiento y de la crítica sobre la
restauración arquitectónica en nuestro país que hoy se ofrecen al especialista,
y al público en general que visita el monumento, como un catálogo de
intervenciones que aportan valor añadido sin perder el valor de autenticidad e
integridad del que es portador como lugar declarado Patrimonio Mundial desde
1984.
De
entre todos los protagonistas dedicados a la conservación de la Alhambra merece
destacarse la figura de Leopoldo Torres Balbás, arquitecto-conservador del
Monumento desde 1923 hasta 1936 y uno de los principales artífices de la
conservación científica del patrimonio. Fue tal su contribución que no estaríamos
exagerando al decir que la Alhambra que hoy contemplamos es en gran medida
Alhambra que restauró Torres Balbás. A él se debe la organización de la Oficina
Técnica de Conservación y la ordenación de la Biblioteca y el Archivo de la
Alhambra como herramientas de investigación en la fase de estudios previos a la
intervención arquitectónica y una labor ingente que todavía hoy nos asombra.
Desde luego que no lo hizo solo y buena prueba de ello fue el equipo de
profesionales que trabajaron con él, desde el arquitecto Fernando Wihelmi y más
tarde Francisco Prieto-Moreno, el arqueólogo y restaurador Miguel Ocaña, el
pintor Rafael Latorre, el asesoramiento permanente de su maestro Manuel Gómez-Moreno
y del propio Antonio Gallego Burín. Sus palabras, hoy recogidas en una placa
junto a la pared exterior del Baño de la Mezquita de la Alhambra nos devuelven
la lucidez de su pensamiento: “Para los que amamos la Alhambra, para los que a
ella hemos dedicado nuestro entusiasmo y nuestra actividad, para los que hemos
interrogado febrilmente muchos de sus secretos y fuimos viviendo con el
monumento a compás de nuestra propia vida, su porvenir será siempre motivo de
inquietud…” Creemos que esta inquietud a la que el maestro de la conservación
científica se refería era precisamente la regresión en los criterios de la
restauración que Francisco Prieto-Moreno estaba aplicando en el Monumento para
adaptarlo a las necesidades del incipiente turismo cultural y con los que
Torres Balbás no se identificaba. Uno de los valores que él siempre destacaba
de la Alhambra era precisamente, y a pesar de los avatares sufridos, el de ser
el único palacio medieval conservado de su tiempo, pues la mayoría fueron
radicalmente transformados o destruidos.
Conviene
recordar que fue la dimensión cultural de estos palacios la que se tuvo en
cuenta para mantenerlos. Si un día fueron símbolo de un poder en regresión que
encontró en la estética su mejor expresión hoy su conversión constituye un
permanente desafío que nos hace avanzar permanentemente de ahí que califiquemos
como “estrategia de progreso” la necesidad de preservar este legado para su
disfrute colectivo y para transmitirlo a las generaciones futuras. Sin duda el
desarrollo del Plan Director de la Alhambra (2007-2020) está contribuyendo a
hacer de ella un referente en metodologías de conservación-restauración y una
auténtica Escuela de formación en la gestión del Patrimonio Cultural. Junto a
ello, la visita pública de calidad afianzada en el precepto de sostenibilidad y
diversificada en sus contenidos y una amplia oferta cultural y educativa hacen
del Conjunto Monumental de la Alhambra y el Generalife un referente en el
panorama nacional e internacional en la gestión de bienes culturales.

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